En un mundo que constantemente redefine la felicidad como una meta alcanzable solo a través del éxito, la riqueza o la comodidad, el verdadero gozo permanece como un misterio para muchos. Sin embargo, desde una perspectiva bíblica, el gozo no es una emoción pasajera ni una recompensa por circunstancias favorables, sino una virtud profunda que nace de una relación transformadora con Dios.
El gozo verdadero no depende de lo que sucede a nuestro alrededor, sino de lo que Dios está haciendo en nuestro interior. Esta verdad se refleja con claridad en el libro Un año en Sus caminos, un devocional que guía al lector a través de 365 reflexiones centradas en la fidelidad de Dios. Día tras día, el lector es invitado a encontrar gozo, no en la ausencia de problemas, sino en la presencia constante del Señor. Como afirma uno de los devocionales: “El gozo no es la negación del dolor, sino la afirmación de que Dios está presente en medio de él”.
Otro recurso que ilumina esta verdad es La mujer y el trabajo, una obra que explora cómo las mujeres pueden glorificar a Dios en cada etapa de su vida laboral. El libro enseña que el gozo se encuentra en vivir con propósito, sabiendo que cada tarea —por sencilla o compleja que sea— puede ser una expresión de adoración. Esta perspectiva transforma la rutina diaria en una oportunidad para experimentar gozo genuino, no por lo que se logra, sino por quién tu llegas a servir.
Además, el libro Dios, la tecnología y la vida cristiana ofrece una mirada contemporánea sobre cómo el gozo puede mantenerse firme incluso en un mundo saturado de distracciones digitales. El autor plantea que el gozo auténtico no se encuentra en la inmediatez de las notificaciones o en la validación social, sino en la verdad eterna de la Palabra de Dios. En un capítulo clave, se nos recuerda que “la tecnología puede amplificar nuestras emociones, pero solo el Evangelio puede redimirlas”.
Estos tres recursos coinciden en un punto esencial: el gozo no es una meta que se alcanza, sino una realidad que se vive cuando Cristo es el centro. Es una de las virtudes del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22), una evidencia de que Dios está obrando en nosotros, incluso cuando las circunstancias externas parecen contradecirlo.
El apóstol Pablo, escribiendo desde la prisión, declaró: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). Esta exhortación no nace de un optimismo ingenuo, sino de una convicción profunda: el gozo del creyente está anclado en la persona de Cristo, no en la estabilidad del entorno.
En conclusión, el verdadero gozo es una respuesta espiritual a la gracia de Dios, no una reacción emocional a las circunstancias. Es una actitud cultivada en la intimidad con el Señor, alimentada por Su Palabra y fortalecida por la comunidad de fe. Y aunque el mundo ofrezca placeres momentáneos, solo en Cristo encontramos un gozo que permanece.
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