Este artículo de la RVR 1960 Biblia de estudio Consejería para la vida
¿Por qué permite Dios que me pasen cosas malas?». Tal vez estés luchando ahora mismo con esta pregunta. Quizá pensaste que habría un versículo sencillo y claro en la Biblia que nos daría la respuesta. Quizá uno que dijera: «Porque no tuviste suficiente fe» o «Porque Dios concedió a las personas libre albedrío». Puede que tus amigos te hayan dado estas respuestas fáciles y simples, pero las respuestas que Dios da en la Biblia no son tan sencillas; son mucho más profundas y, en última instancia, más satisfactorias.
Dios comprende el sufrimiento
Cuando tu vida se desmorona, quieres que alguien en el universo escuche cuán difícil es tu lucha y te afirme que no estás loco ni equivocado por sentir tanta angustia. Dios sí ve y oye tu sufrimiento. Sus ojos y Sus oídos están sintonizados de una manera especial con tu padecer (Gn. 16:7-14; Ex. 2:23-25). Lo vemos más claro cuando pensamos en Jesús. Mientras vivió entre nosotros, experimentó privaciones inmerecidas, burlas y crueldad, y después, al morir en la cruz por nosotros, sufrió un dolor físico y emocional inimaginable. Dado que Dios conoce el sufrimiento de primera mano, no podemos decirle: «¡Tú no sabes lo que se siente!». Él se preocupa lo suficiente como para hacer algo al respecto, aunque a menudo no sea lo que uno espera o desea. Se acerca a nosotros, y en Su presencia cobramos ánimo para resistir lo que estamos soportando.
El sufrimiento es una invitación a conocer a Dios
¿Por qué permitió Dios el sufrimiento en el mundo? ¿Por qué no intervino cuando Eva tentó a Adán con el fruto prohibido? ¿Por qué permitió que la serpiente engañara a Eva? O incluso, ya que estamos, ¿por qué permitió, en un principio, que la serpiente entrara en el huerto? ¿Por qué, si Dios es bueno, sabio, justo y fuerte, no destruyó a Satanás sin más? No son preguntas fáciles, y a este lado del cielo no podremos responderlas del todo. Pero es bueno bregar con ellas porque al hacerlo descubriremos que estamos aprendiendo a conocer y amar a Dios más profundamente.
Empecemos por considerar cómo llegamos a conocernos unos a otros. Cuando miro los dibujos de mi hijo, lo entiendo mejor; lo que él crea refleja quién es. Lo mismo ocurre con lo que Dios creó. Dios hizo la creación para mostrarse a Sí mismo: para mostrar Su poder invisible y eterno y Su naturaleza divina por medio de lo que ha hecho (Ro. 1:18-20). Aprendemos que Dios ama la belleza. Aprendemos cuán grande es Dios. Sabemos que Dios es creativo e inventivo.
También aprendemos sobre Dios por la forma en que se relaciona con lo que ha creado. Cuando los ángeles que creó se rebelaron contra Dios, los echó del cielo y los condenó a estar eternamente apartados de Él (Mt. 25:41; Jud. 6; Ap. 12:7-12). De la respuesta de Dios, aprendemos que es santo y que espera obediencia absoluta y conformidad con Sus propósitos y Sus planes. Desobedecerlo acarrea juicio. Él tiene el poder y la disposición de ejecutar Sus sentencias. En una creación no marcada por el pecado, no conocerías profundidades tan aterradoras de tu Hacedor.
En el huerto de Edén aprendemos algo diferente. En nuestro Dios no solo hay ira y terror, sino también misericordia, bondad, redención y amor. Dios busca a Sus criaturas desobedientes en el huerto, les promete un Salvador y, antes de que salgan del paraíso, les confecciona ropa (Gn. 3:9,15,20).
Se nos enseña que Dios anhela extender Su bondad a los que no la merecen en absoluto. Aprendemos que Su interior se inclina hacia la restauración, que anhela redimir a los culpables y convertirlos en inocentes. Aprendemos que está dispuesto a sacrificar a Su único Hijo para hacer posible nuestra redención. Su gracia llega hasta nuestra desobediencia y luego va más allá, por lo que somos incapaces de «superar» Su redención con nuestro pecado. Si el mal no existiera, no conoceríamos las profundidades de la gracia y la bondad de Dios.
El sufrimiento es una invitación a parecernos más a Dios
El sufrimiento nos muestra lo que hay en nuestro corazón. Cuando los israelitas estaban a punto de entrar en Canaán, Moisés explicó por qué habían sufrido en el desierto, diciéndoles que Dios los había llevado allí para humillarlos y revelarles lo que había en sus corazones (Dt. 8:2-3). Cuando tuvieran hambre, ¿se quejarían y protestarían, o confiarían en que Dios cuidaría de ellos y supliría sus necesidades?
El sufrimiento expone nuestros corazones de la misma manera. ¿Confiamos en Dios o tenemos nuestra esperanza puesta en las cosas buenas que nos ha dado?
El sufrimiento desintegra el autoengaño haciéndonos ver a qué cosas recurrimos aparte de Jesús para que nuestra vida vaya como deseamos. Jesús lo explicó en la parábola del sembrador. Cuando la semilla (la Palabra de Dios) cae en terreno pedregoso (nuestro corazón) crece rápidamente, pero sus raíces no son profundas. La superficialidad de la raíz de la fe queda al descubierto «al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra» (Mt. 13:21).
El sufrimiento nos enseña a depender de Jesús. Jesús, cuando fue tentado por Satanás del mismo modo que los israelitas, respondió citando Deuteronomio 8:3: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt. 4:4). Cuando Jesús respondió con una confianza perfecta, superó la prueba de la fe no solo por sí mismo, sino por todos los que depositan su confianza en Él. Así que no te desanimes cuando el sufrimiento que experimentas saque a la luz tu corazón incrédulo. Más bien, confiésale a Jesús tu falta de fe y pídele que te llene de Él.
El sufrimiento nos entrena en la fe. Dios lo hizo así con los israelitas. Cuando la generación siguiente se dispuso a entrar en Canaán, la tierra estaba llena de ciudades y ejércitos más grandes y fuertes que los israelitas. Sin embargo, respondieron fielmente. Habían permitido que sus adversidades los entrenaran en la piedad (Dt. 8:5; He. 12:4-11).
El sufrimiento nos entrena en la santidad. Ten presente la diferencia entre castigo y disciplina. Castigo significa que alguien intenta cobrarte lo que le debes. Dios sabe que te sería imposible pagar por tus pecados, así que envió a Jesús para cancelar tus deudas. Si has puesto tu fe en Jesús, entonces el dolor que estás experimentando no tiene nada que ver con el pago tu deuda: la muerte de Jesús ya lo hizo. No hay ninguna deuda pendiente en tu relación con Dios.
Lo que Dios está haciendo en tu vida es disciplina correctiva, y es para nuestro bien. Lo que estás experimentando es un dolor que te está ayudando a crecer en santidad. La historia del ciego al que Jesús sanó señala que su ceguera no se debía a su pecado ni al de sus padres, sino que era «para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Jn. 9:3). Jesús me ama, y cuando permite dificultades en mi vida, siempre son con el propósito de acercarme más a Él y hacerme más como Él.
El sufrimiento es una invitación a involucrarnos más en el reino de Dios
Tomemos como ejemplo a José. Sus hermanos lo vendieron como esclavo y fue llevado a Egipto. Allí sufrió terriblemente, pero años más tarde pudo alimentar a su familia durante una hambruna porque había llegado a ser un alto funcionario del gobierno egipcio. Cuando se reunió con sus hermanos después de muchos años, estos estaban preocupados de que les hiciera pagar por lo que habían hecho. Pero José les pidió a sus hermanos que no tuvieran miedo. Les dijo: «Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo» (Gn. 50:20). Él sufrió para que su familia pudiera sobrevivir, encontrar refugio en Egipto, convertirse años más tarde en una nación y, finalmente, tener su propia tierra. Padeció para que más adelante pudiera venir el Mesías, morir y resucitar de entre los muertos para cumplir la promesa de Dios de un Redentor (Gn. 3:15). Lo que José soportó, lo soportó por ti.
Unos sufrimos para que otros puedan ser fortalecidos. A menudo exclamamos: «¡¿Por qué a mí?!», como si todo lo que nos ocurre tuviera que ser para nuestro beneficio personal. Pero el reino de Dios es más grande que cualquier individuo. Tú eres importante para Dios, pero Él no reelabora los planes de Su reino en función de tus deseos. Eso no sería lo mejor para los demás… ni para ti. Así que es probable que tú también experimentes cosas que preferirías no experimentar, y que servirán para aportar bendición y vida a otra persona.
El sufrimiento es también un firme recordatorio de que el reino de Dios no es de este mundo, y de que esta tierra no es nuestro hogar. El sufrimiento nos ayuda a considerarnos, junto con Abraham, extranjeros y peregrinos en esta tierra a la espera de un hogar mejor (He. 11:8-16).
No es una respuesta completa, exhaustiva y totalmente satisfactoria, pero no está mal para empezar.
Estrategias prácticas para el cambio
Comienza hablando con Dios sobre las cosas que Él ha traído a tu vida que no te gustan. Usa uno de los salmos como modelo para tu conversación.
El Salmo 73 es la oración de alguien que se pregunta por qué su vida ha sido más dura que la de los que lo rodean. A Dios no le importa que te hagas esas preguntas. Él incluyó el Salmo 73 en Su libro de canciones de oración para que pudiéramos utilizarlo para expresar nuestras preguntas. Pero Dios no promete responderte como tú pides.
Si lees el libro de Job, te darás cuenta de que Dios no responde a las preguntas que Job le hace. En realidad, ayuda a Job a entender que está haciendo las preguntas equivocadas. Dios se presenta como Alguien competente para dirigir Su mundo y pregunta: «¿Están dispuestos a confiar en mí incluso cuando no les guste y no entiendan lo que ocurre?» (Job 38–39). Jesús sí lo estuvo. La voluntad del Padre era que Jesús sufriera físicamente de modo extremo, y Jesús confió en Él, aunque sabía que iba a ser abandonado. Después de que Dios hiciera pasar a Su único Hijo por lo que pasó por ti, ¿puedes confiar en que todo lo que tú soportas también es necesario? Después de que Jesús haya prometido no abandonarte jamás, ¿puedes creer que tu sufrimiento no será demasiado para ti (Jn. 14:18; He. 13:5-6)? ¿Confiarás en Jesús aunque, en comparación con los demás, estés sufriendo injustamente?
Ora con el Salmo 73 y pídele a Dios que te ayude a decir, junto con el salmista: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre» (vv. 25-26).
Hay muchos otros salmos similares. Échales un vistazo y encuentra uno que exprese lo que hay en tu corazón. Conviértelo en tu oración personal a Dios. Vive tu oración: confiesa que los propósitos de Dios son buenos aunque no los comprendas del todo, pídele a Dios que te muestre lo que hay en tu corazón, recuerda la misericordia de Dios para contigo, y dale gracias a Dios por Su misericordia.
Sin fe, pareciera que tu sufrimiento es el resultado de fuerzas caóticas e impersonales que chocan en tu vida sin un final garantizado. Los cristianos, sin embargo, podemos ver el bien que Dios saca de ello y estamos agradecidos, no por el sufrimiento en sí, sino por Él y Su implicación. La gente suele decir: «No me gustaría volver a pasar por eso, ¡pero no cambiaría por nada lo que he aprendido sobre mi Señor!».
Este artículo de la RVR 1960 Biblia de estudio Consejería para la vida
Adaptado de «When Bad Things Happen: Thoughtful Answers to Hard Questions» [«Cuando ocurren cosas malas: Respuestas reflexivas a preguntas difíciles»], por William P. Smith (Greensboro, NC: New Growth Press, 2008).
Photo by Rodolfo Eduardo Ayué on Unsplash