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¿Por qué tenemos que perdonar?

Equipo B&H

Jul 12th

Por B&H Español

El perdón es una de las demandas más contraculturales del cristianismo. En un mundo que valora la justicia retributiva, la autoafirmación y la memoria del agravio, la invitación a perdonar parece, a primera vista, una renuncia a la dignidad o a la verdad. Sin embargo, desde una perspectiva bíblica, perdonar no es debilidad, sino obediencia; no es olvido, sino redención.

La Biblia Temática de Estudio presenta el perdón como una expresión directa del carácter de Dios. Desde el Antiguo Testamento, Dios se revela como “misericordioso y clemente, lento para la ira y grande en misericordia” (Salmo 103:8). Esta misericordia culmina en la cruz, donde Cristo no solo carga con el pecado, sino que ora por sus verdugos: “Padre, perdónalos” (Lucas 23:34). Perdonar, entonces, no es una opción para el creyente, sino una imitación del Dios que lo ha perdonado primero.

En El evangelio para vidas desordenadas, los autores explican que el perdón es una herramienta pastoral esencial para la restauración de relaciones rotas. No se trata de minimizar el daño ni de ignorar la justicia, sino de aplicar el evangelio a las heridas humanas. El libro ofrece un marco teológico sólido que conecta el perdón con la doctrina del pecado, la gracia y la reconciliación. En palabras de los autores, “el perdón no niega el dolor, pero sí niega al dolor el poder de definirnos” Este enfoque es especialmente útil en contextos de consejería, donde el perdón no siempre es inmediato ni sencillo. El proceso puede incluir confrontación, arrepentimiento y límites saludables, pero siempre con la meta de restaurar, no de castigar.

El libro La libertad de perdonar aborda el perdón desde una perspectiva más devocional, pero no menos profunda. Su tesis central es que el perdón libera más al que perdona que al que es perdonado. El resentimiento, la amargura y el deseo de venganza son cadenas que atan el alma. Perdonar, en cambio, es soltar el derecho a cobrar la deuda emocional y confiar en que Dios es el juez justo. Este principio tiene implicaciones prácticas: muchas personas viven atrapadas en el pasado, reviviendo ofensas que ya no pueden cambiar. El perdón no borra la memoria, pero sí transforma su significado. Lo que antes era una herida abierta, se convierte en una cicatriz que testifica de la gracia de Dios.

Finalmente, el perdón es un mandato explícito de Jesús: “Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará” (Mateo 6:15). Esta afirmación no implica que el perdón humano sea una condición para el perdón divino, sino que es su evidencia. Quien ha sido perdonado por Dios, perdona. No porque sea fácil, sino porque es coherente con su nueva identidad en Cristo.

Perdonar no es olvidar, justificar o reconciliarse sin sabiduría. Es un acto de obediencia, una expresión de gracia y una herramienta de sanidad. Es, en última instancia, una forma de vivir el evangelio. Como lo muestran los recursos mencionados, el perdón no es solo un tema teológico, sino una necesidad pastoral urgente en nuestras iglesias, familias y corazones.

Recursos que puedes encontrar en el artículo:

 

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