MATEO

Autor

 En ninguna parte del texto del primer Evangelio, se identifica el nombre del autor. Aunque es probable que el título «Evangelio según Mateo» se haya agregado en fecha temprana, seguramente a comienzos del siglo ii, el libro no aparece citado como Evangelio de Mateo hasta alrededor del 180 d. C., cuando Ireneo, obispo de Lyon, lo identificó de ese modo. Documentos más antiguos que citan a Mateo (pertenecientes a la época en que se agregó el título o aun antes) no dan el nombre del Evangelio del cual se extrajeron las citas.

 

De acuerdo con las fuentes disponibles, la iglesia primitiva aceptaba unánimemente que el apóstol Mateo había sido el primero en escribir un Evangelio y que lo había hecho en hebreo (o arameo). Ireneo fue el primero en afirmarlo de manera explícita, y a partir de allí, se lo repitió en reiteradas ocasiones. Se cree que, en parte, la afirmación surgió de Papías, obispo de Asia Menor, cuyos escritos datan de alrededor del 130 d. C.

 

Según Eusebio, historiador del siglo iv d. C., Papías dijo que Mateo había ordenado en lengua hebrea o aramea los dichos de Jesús, y luego cada uno los interpretó como pudo. Esta afirmación de Eusebio generó mucha polémica en el ámbito académico. ¿Qué había dicho Papías realmente: que Mateo había escrito un Evangelio o que simplemente había compilado en forma ordenada los dichos de Jesús? ¿Dijo que Mateo había escrito en hebreo (o arameo) o en griego, pero con cierta influencia semítica? ¿Hubo personas que trataron de traducir la obra de Mateo al griego? Si nos inclinamos hacia uno de los extremos, Papías tal vez quiso decir que Mateo ordenó, en hebreo, los dichos de Jesús (o quizá simplemente los testimonios del AT sobre Jesús), y si nos corremos hacia el extremo opuesto, Papías quizá se refirió a un Evangelio completo, es decir, el Evangelio de Mateo tal como hoy lo conocemos. Indudablemente, los padres de la iglesia sostuvieron esta última posición, y Jerónimo, que tradujo la Biblia al latín (aprox. en el 380), incluso llegó a insistir en que él tuvo acceso al original hebreo en posesión de los nazarenos, una secta judeocristiana.

 

El problema que enfrentan los eruditos bíblicos, en la actualidad, es que el Evangelio de Mateo ofrece muy pocos indicios de haber sido escrito en lengua semítica antigua y luego traducido al griego; parece mucho más probable que el griego haya sido el idioma original. Por lo tanto, la opinión de los eruditos no es unánime respecto de si Papías se equivocó al asegurar que el original de Mateo había sido escrito en hebreo o si su afirmación era correcta, pero se refería a un texto hebreo diferente del que nosotros conocemos como primer Evangelio. (Además de Jerónimo, otros padres de la iglesia dieron cuenta de la existencia de un Evangelio en hebreo, asociado con comunidades judeocristianas. Coincidían en que estaba vinculado a Mateo, aunque reconocían que difería del Mateo bíblico en muchos sentidos). Si la segunda hipótesis fuera correcta, el primer Evangelio no habría sido escrito por Mateo, o bien, es una segunda obra de su autoría, escrita en griego. Es posible que Papías confundiera las dos obras y presumiera que una de ellas se había basado en la otra.

 

Las pruebas básicas a favor del reconocimiento de Mateo como autor se encuentran en el propio Evangelio, ya que este es el único Evangelio que identifica a Leví, el cobrador de impuestos (Mr. 2:14; Lc. 5:27), como el apóstol Mateo (Mt. 9:9; 10:3). Esto permite deducir, como mínimo, que el autor ofrece el testimonio de Mateo. El Evangelio también da sobrada muestra de que el autor dominaba el arameo y el griego; una condición que, sin duda, cumplían la mayoría de los cobradores de impuestos. Además, el autor de Mateo, en la discusión sobre el pago del tributo (Mt. 22:19), llama a la moneda nomisma, un término más exacto que denarion, usado por Marcos y Lucas (Mr. 12:15; Lc. 20:24). Este grado de precisión lingüística es un fuerte indicador de que el autor era versado en cuestiones de dinero y finanzas; un elemento más que da credibilidad a la hipótesis de que el escritor era cobrador de impuestos.

 

No obstante, los más firmes defensores de la alta crítica rechazan la idea de que Mateo sea el autor del primer Evangelio. Algunos argumentan que un apóstol y testigo directo del ministerio de Jesús no hubiera recurrido a una fuente secundaria, y se sabe que buena parte del material incluido en el primer Evangelio está basado en Marcos. Otros sostienen que la visión del libro revela un grado de avance bastante mayor respecto de ciertos elementos de la tradición y de las relaciones con los judíos, que el que sería lógico encontrar en un Evangelio temprano.

 

Ninguna de estas objeciones es determinante. Con igual facilidad, uno podría especular que el Evangelio de Marcos, que algunos asociaban con Pedro, había alcanzado tal grado de aceptación como primer relato fiel de la vida de Cristo, que Mateo consideró que no había razón para no consultarlo al compilar el material para su propio Evangelio. Otra objeción a la autoría de Mateo es el nivel alcanzado en la relación entre judíos y gentiles. Pero lo mismo podría decirse de las cartas de Pablo, que pertenecen, sin ninguna duda, a la época apostólica. Por lo tanto, no hay razón de peso para invalidar la prueba externa que unánimemente asocia el primer Evangelio al apóstol Mateo.

FECHA DE COMPOSICIÓN

 Ignacio, uno de los padres de la iglesia, citó el Evangelio de Mateo alrededor del año 110 d. C. (quizá también había sido citado en la Primera Epístola de Clemente, unos quince años antes), por lo tanto, no pudo escribirse mucho después del 90 d. C. La mayoría de los eruditos de la alta crítica proponen una fecha cercana, no mucho antes del año 90, basados en las mismas razones que los llevan a negar que Mateo sea el autor. Debido a que algunos textos del Evangelio parecen indicar que el autor tenía conocimiento de la destrucción de Jerusalén por parte de los romanos, se considera inviable una fecha anterior al 70 d. C.


Pero dejando de lado el prejuicio que lleva a rechazar que Jesús hubiera podido anticipar la caída de Jerusalén, las pruebas a favor de una «profecía» a posteriori del hecho no son tan claras como algunos proponen. En primer lugar, las palabras de Jesús (Mt. 22:7; 24:15) son de carácter tan general, que uno rápidamente se da cuenta de que no implican que el autor tuviera conocimiento de la destrucción de Jerusalén como un hecho. Segundo, algunos episodios del Evangelio de Mateo presentan un escenario previo al año 70 d. C., lo cual hubiera requerido algún tipo de aclaración por parte del autor si el templo ya hubiera dejado de existir (por ej., la discusión sobre el impuesto del templo en 17:24-27). Por lo tanto, no existe razón para negar la posibilidad de que el Evangelio se escribiera antes del 70 d. C. Según Ireneo, Mateo se escribió mientras Pedro y Pablo estaban predicando en Roma, lo cual remontaría, al menos las versiones más antiguas, hasta alrededor del año 60 d. C., suponiendo que la información de Ireneo provenga de una tradición confiable. Desconocemos la fecha exacta de composición de Mateo, pero parece razonable ubicarla en la década del año 60 d. C.

TEMAS

 Si bien en líneas generales los Evangelios coinciden entre sí, cada uno destaca un aspecto diferente respecto de la trascendencia de la vida y el ministerio de Jesús. En el caso de Mateo, la trascendencia está dada en el papel de Jesús como el Mesías prometido, descendiente de David, el rey de Israel. Muchas de las características particulares de este Evangelio están vinculadas a este tema principal. Un rasgo relevante de Mateo es que cita profecías del A. T. que se cumplieron en la vida de Jesús. Con frecuencia se lo critica a Mateo por sacar dichas «profecías» de contexto y aplicarlas incorrectamente. Sin embargo, debemos entender su manera de citar a la luz de la práctica habitual en el siglo i; veremos, entonces, que la acusación es menos pertinente que lo que se piensa. Otros aspectos de Mateo vinculados al tema de Jesús como Rey prometido incluyen: largos discursos didácticos mediante los cuales las palabras de Jesús se vuelven nueva ley para la iglesia; la confesión de que Jesús es el Hijo de Dios en términos divinos (en contraste con una visión exclusivamente mesiánica); y la extensión de las promesas del reino, que ahora alcanzaban a las naciones gentiles y cumplían así la promesa hecha a Abraham.