Lamentaciones

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El lugar que el libro de Lamentaciones ocupa en la Biblia nunca fue cuestionado. El Talmud (un antiguo comentario al A. T.), la Septuaginta (la antigua traducción griega del A. T.), los escritos de Flavio Josefo, historiador judío del siglo i d. C., y la Vulgata (antigua traducción de la Biblia al latín, a partir del texto griego), todos reconocen que Lamentaciones es un libro canónico. En la Escritura hebrea, se encuentra en la sección llamada Escritos y forma parte de los Megillot, una colección de cinco libros: Rut, Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Lamentaciones y Ester, todos textos que se leen durante ciertas festividades judías. Lamentaciones se lee en el día 9 del mes Ab, en conmemoración de la destrucción del primer y segundo templo.


El libro se presenta como anónimo, pero una antigua tradición lo atribuye a la pluma de Jeremías. El Talmud y Flavio Josefo lo reconocen como el autor, igual que los escritos de los padres de la iglesia. Tanto la Septuaginta como la Vulgata incluyen subtítulos que indican que Jeremías es el autor. Además, el libro parece haber sido escrito por un testigo directo de la destrucción de Jerusalén (2:6-12), y se sabe que Jeremías estuvo presente cuando esto sucedió (Jer. 39:1-14).


También existen tres argumentos a favor de la autoría de Jeremías basados en la similitud entre ambas obras. (1) Los dos libros tienen semejanzas en el tono, la teología, los temas, el lenguaje y las imágenes (comp. Lm. 1:15 con Jer. 8:21; Lm. 1:2 con Jer. 30:14). (2) Ambos libros afirman que, si bien Judá se rindió y fue a un exilio que merecía (Lm. 1:5; 3:27-28; Jer. 29:4-10), la esperanza de la restauración permanecía viva (Lm. 3:21-33; 4:22; 5:19-22; Jer. 29:11-14). (3) Ambos libros sugieren que los profetas y los sacerdotes eran tan culpables como el pueblo (Lm. 2:14; 4:13; Jer. 5:31; 14:14; 23:16).


Así, pues, por una parte, no existe razón fundada para poner en duda que Jeremías escribió el libro. Pero, por otra parte, los argumentos a favor no son definitivos. En cualquier caso, podemos deducir que el autor fue un testigo directo de la destrucción de Jerusalén y que, además de ser un poeta talentoso, fue alguien que sintió hondamente el dolor de su pueblo. La inspiración o la canonicidad de un libro no dependen de que se pueda identificar al autor o autores humanos de la obra.


Debido al tono profundamente emotivo del libro, es probable que haya sido escrito poco después de la caída de Jerusalén en el año 587 a. C. No obstante, para algunos eruditos de la alta crítica, pertenece a una época muy posterior, y llegan hasta el extremo de ubicarlo en el siglo ii a. C. Sin embargo, es bastante improbable que alguien tan distante de los hechos captara y transmitiera las vivencias de aquel momento como lo hizo el autor del libro. El profundo dolor que expresa Lamentaciones aporta otro elemento a favor de una fecha anterior a la liberación de Joaquín, rey de Judá, en el 562 a. C. (2 R. 25:27-30), y ciertamente, previa al regreso de los exiliados en el 539 a. C. Además, las pruebas a favor de Jeremías como autor también permiten argumentar en contra de una fecha posterior a esta época.

LA CREDIBILIDAD DE LAMENTACIONES

Uno de los principales argumentos en contra de una fecha temprana de Lamentaciones es el estilo poético del libro. Los caps. 1–4 son acrósticos alfabéticos, es decir, la primera palabra de cada verso comienza con una letra del alfabeto hebreo, en orden sucesivo (en el cap. 3, hay tres versos para cada letra). Aquellos que están a favor de una fecha muy posterior ponen en duda que un género de poesía tan formal y rítmico estuviera ya desarrollado en tiempos de Jeremías y cuestionan, además, la posibilidad de que una persona presa de sentimientos tan fuertes se exprese a través de una estructura poética tan rígida. Por todas estas razones, llegan a la conclusión de que la obra se compuso mucho después de los acontecimientos que describe. 

Además, dado que el último capítulo no es un acróstico, los eruditos más escépticos cuestionan su inclusión en la obra.


Otros eruditos plantean que el tiempo transcurrido entre la creación de la escritura alfabética, a comienzos del segundo milenio a. C., y la composición del libro no fue suficiente para que se desarrollaran formas literarias tan elaboradas. Pero esto no es exactamente así. Es probable que estas expresiones literarias y poéticas más elaboradas ya se hubieran desarrollado durante el período de transmisión oral de relatos y tradiciones. Más tarde, estas formas se trasladaron a la escritura.


Ciertamente, el acróstico alfabético no pudo existir en sociedades de tradición oral, pero es muy probable que haya sido una de las primeras formas literarias una vez difundido un sistema de escritura. Así como, en la actualidad, hay libros que enseñan el alfabeto español con la figura de un árbol, un barco, una casa, etc., también es probable que los antiguos israelitas enseñaran el alfabeto mediante el dibujo de un buey, una casa, un camello, etc. Las lecciones subsiguientes seguro incluirían oraciones que comenzaban con cada una de las letras, y a partir de este tipo de lecciones pudo haber surgido la poesía acróstica alfabética, de uso frecuente en la Biblia (Sal. 9–10; 25; 34; 37; 111–112; 119; 145; Pr. 31:10-31).


Resta responder la pregunta si una persona abrumada por la pena expresaría sus sentimientos a través de una estructura poética tan formal. Quizá nos parezca más lógico que el clamor que brota del corazón se exprese en frases cortas, fragmentadas, o en versos libres; sin embargo, los sentimientos profundos y la poesía formal no son incompatibles. Es indudable que las personas recurren a la poesía precisamente porque es una forma literaria apta para expresar sentimientos. Recordemos, por ej., las poesías de Pablo Neruda. Por otra parte, en algunos casos, la estructura de una composición complementa el sentido; en este caso, el autor pudo haber recurrido a los acrósticos alfabéticos para representar destrucción y desolación completas: de la A a la Z, como suele decirse. Esto también contribuye a explicar por qué el cap. 5 no es un poema acróstico (ni posee el ritmo que se percibe en los demás capítulos); la ausencia de estructura expresa el caos y la desesperación que se vivía en aquel momento.

LA CREDIBILIDAD DE JEREMÍAS

En nuestro tiempo, es una postura corriente entre los eruditos de la alta crítica desechar la idea de que Dios puede dirigirse expresamente a una persona. Consideran que el discurso profético no es más que un recurso literario y estiman imposible la predicción de acontecimientos futuros. Ni siquiera dan cabida a la posibilidad de que lo que Jeremías tenía para decir pudiera ser verdad.


Ahora bien, este tipo de acusaciones no son nuevas. El propio Jeremías enfrentó gran resistencia durante su ministerio como profeta de Dios, y el fruto que cosechó de su ardua labor fue escaso o nulo. Todos hacían caso omiso de sus palabras y olvidaban su mensaje apenas pronunciado. Pero a pesar de tanta oposición, este profeta permaneció fiel a su ministerio.


Jeremías tenía plena convicción de que él transmitía un mensaje divino (1:2-3; 2:5; 34:1). Cuando estuvo preso (32:2; 37:15) e incluso amenazado de muerte (26:8), no se retractó de lo que había profetizado ni dejó de afirmar que sus mensajes provenían de Dios (26:12). Es posible que un hombre esté dispuesto a dar su vida por algo que equivocadamente cree que es la verdad, pero es bastante improbable que alguien muera por algo que sabe que es una farsa, y Jeremías estaba en una posición ideal para discernir si su mensaje era o no era revelado por Dios. Al observar la manera en que vivió en medio de una situación completamente adversa, podemos tener la certeza de que sus palabras no son fruto de los desvaríos de un demente.


En virtud de las palabras que describen la vocación de Jeremías: «Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (1:5), hay quienes se inclinaron a pensar que la fecha del llamado de Jeremías coincide con la de su nacimiento. Sin embargo, este hecho es improbable. El sentido claro del texto es que Dios había pensado en Jeremías y concebido un plan para su vida antes de su nacimiento, y que ya le había asignado el papel de profeta. Sin embargo, el envío de Jeremías tuvo lugar cuando él era un «niño» o «muchacho» (ver v. 6; la palabra hebrea original suele referirse a varones adolescentes). Los aspectos importantes que deben destacarse son que únicamente Dios escogió a Jeremías y que Dios habló a través del profeta escogido.