Hageo
CONTEXTO HISTÓRICO DE HAGEO
El libro de Hageo contiene cuatro mensajes proféticos, cada uno de ellos acompañado de un título con la fecha exacta, calculada a partir del segundo año del reinado del rey Darío I (Histaspes), de Persia, en el 520 a. C. (ver Zac. 1:1,7).
Después de derrotar a los babilonios, Ciro el Grande, rey de Persia, decretó que los diferentes pueblos que habían sido deportados a Babilonia podían regresar a sus lugares de origen y restablecer su sistema religioso. El decreto original se ha conservado hasta hoy en una pieza de arcilla, llamada el Cilindro de Ciro, que se encuentra en el Museo Británico. El decreto comprendía a los judíos residentes en Babilonia, y un contingente emprendió el regreso a Palestina, llevando consigo los utensilios del templo que Nabucodonosor había transportado a Babilonia (Esd. 1:1-11).
Ya de regreso en Jerusalén, los repatriados levantaron un altar en el lugar donde había estado el templo y restituyeron la presentación de ofrendas a Dios. En el transcurso del primer año, lograron construir los cimientos del templo (Esd. 2:68–3:13). Después de cierta oposición política de parte de «los enemigos de Judá y Benjamín», las obras se detuvieron y no se retomó el trabajo hasta el tiempo de Hageo y Zacarías (Esd. 4:1-5,24; 5:1-2). Estos dieron a entender que los cimientos se echaron por primera vez en su tiempo, bajo la conducción de Zorobabel (Hag. 2:18; Zac. 4:9). El proyecto había quedado abandonado durante tanto tiempo que fue necesario comenzar desde los cimientos. Finalmente, el pueblo logró reconstruir el templo (Esd. 6:1-18).
SIGNIFICADO DEL MENSAJE DE HAGEO
Hageo y Zacarías fueron llamados a convocar al pueblo a recuperar el culto verdadero al Señor. La reconstrucción del templo debía encabezar la lista de prioridades, pero la gente no compartía esa priorización. Hageo, pues, señaló que algunos problemas que enfrentaban para suplir sus necesidades básicas se debían a que habían abandonado a Dios y Su casa. La solución era reunir los materiales necesarios y comenzar las obras, y esto es exactamente lo que el pueblo hizo. Bajo la conducción del gobernador Zorobabel y del sumo sacerdote Josué, «… vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios» (1:14).
Hageo luego exhortó al pueblo a continuar trabajando, con la confianza de que el Señor siempre estaría en medio de ellos (2:1-9). En esa primera etapa, tal vez la apariencia del templo no parecía gran cosa, pero debían saber que Dios estaría con ellos así como había estado junto a sus antepasados cuando salieron de Egipto. El Señor llenaría la nueva casa con Su gloria y bendeciría a Su pueblo dándoles paz.
Hageo insistió en la estrecha relación entre las bendiciones materiales y el culto verdadero a Dios (2:10-19). La santidad no puede transferirse de un objeto a otro, pero sí puede extenderse la impureza. Cuando el pueblo no se ocupaba del templo, su desobediencia contaminaba los sacrificios que presentaban ante el altar (ver Esd. 3:3). El Señor no podía aceptar esos sacrificios, por eso la tierra había sido asolada en lugar de bendecida. Ahora que habían respondido a la convocatoria divina a reconstruir el templo, podían esperar que Dios aceptara sus ofrendas y bendijera la tierra nuevamente (Hag. 2:18-19).
Hageo se refirió a las bendiciones materiales que Judá iba a recibir, pero, a la vez, estaba expectante a la llegada del día en que el Señor cumpliría Su promesa: «… llenaré de gloria esta casa…» (2:7). En aquel día, «La gloria postrera de [aquella] casa será mayor que la primera…» (2:9). Esta profecía apuntaba a la llegada del Mesías, cuya presencia en el templo representaría la gloria, o la presencia, del Señor.
Hageo recalcó el tema mesiánico a través de la promesa de Dios a Zorobabel: «… te tomaré […] siervo mío, y te pondré como anillo de sellar…» cuando tiemblen los cielos y la tierra, y los reinos de las naciones sean derrocados (2:21-23). Zorobabel, como descendiente de David, representaba la continuidad de la línea davídica, aun cuando no fuera rey sino tan solo gobernador de Judá. Esa línea se proyectaría hasta llegar al propio Mesías, Jesucristo. Dios cumpliría todo lo que el profeta había anunciado: el temblor de cielos y tierra, el derrocamiento de los reinos y el encumbramiento de Zorobabel; en este sentido, Zorobabel prefiguró al Mesías.
Una enseñanza importante de Hageo es que Dios siempre debe ser la prioridad fundamental en nuestra vida. No podemos esperar que Él escuche nuestras oraciones y nos bendiga si nosotros no consideramos prioritario obedecerlo.
Por otra parte, asegura el profeta, hay continuidad en la obra que el Señor lleva a cabo en Su pueblo a través de la historia. Podemos confiar en que Él estará siempre presente en medio de nosotros porque siempre ha acompañado a Su pueblo. Dios no olvida la promesa: «… yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fi n del mundo» (Mt. 28:20).
Por último, un principio importante en Hageo es la certeza de que la historia avanza hacia una meta: el reino mesiánico. Los cristianos aguardan la segunda venida de Cristo que inaugurará ese reino, cuya consumación está garantizada por la promesa de Dios mismo (1 Co. 15:20-28; 1 Ts. 5:9-11).