Éxodo

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Éxodo ha sido llamado «el libro central del Antiguo Testamento». Indudablemente, sus páginas encierran grandiosos tesoros de la Escritura, entre ellos, los Diez Mandamientos, el relato de las diez plagas, el éxodo de Israel desde Egipto hacia la libertad, el pacto de Dios con Su pueblo en el Monte Sinaí, y la construcción del tabernáculo y los objetos ceremoniales. Como es lógico, el libro también ha suscitado gran controversia. Los eruditos de la alta crítica cuestionaron no solo la autoría, sino también la veracidad histórica de los hechos, y sostuvieron que tanto la teología de Éxodo como sus enseñanzas morales contradicen lo que se afirma en otras partes de la Biblia.


El judaísmo y el cristianismo tradicional afirmaron a través de los siglos que Dios es el autor del libro de Éxodo y que Moisés fue el instrumento humano que Dios usó para escribir Su mensaje. El reconocimiento de Moisés como el autor humano de los primeros cinco libros de la Biblia surge, en primer lugar, de afirmaciones halladas en la propia Biblia que señalan a Moisés como autor del texto sagrado. Estas afirmaciones se encuentran en la Torá, es decir, en los primeros cinco libros de la Escritura (Ex. 24:4; 34:28; Nm. 33:2; Dt. 31:9,22), así como también en otras partes de la Biblia (Jos. 8:31-32; Mr. 12:19; Lc. 20:28; Jn. 1:45). Jesús mismo dijo que Moisés escribió textos de la Escritura (Jn. 5:46). El nombre que suele darse a esos cinco primeros libros de la Biblia en los textos bíblicos es «la ley de Moisés» (Jos. 8:31-32; 23:6; 1 R. 2:3; 2 R. 14:6; 23:25; 2 Cr. 23:18; 30:16; Esd. 3:2; 7:6; Neh. 8:1; Dn. 9:11,13; Mal. 4:4; Lc. 2:22; 24:44; Jn. 7:23; Hch. 13:39; 15:5; 28:23; 1 Co. 9:9).

LA CREDIBILIDAD DE ÉXODO

En el siglo xix, algunos eruditos bíblicos de postura más escéptica rechazaron la autoría de Moisés convencidos de que el sistema de escritura de las lenguas semíticas no existía aún en aquella época. Sin embargo, pruebas arqueológicas han permitido descartar tales objeciones a partir del hallazgo en el Desierto del Sinaí de grabados con inscripciones semíticas al menos 100 años antes de la época de Moisés. Las narraciones en la Torá sobre lo sucedido en tiempos mosaicos muestran que el relator fue un testigo directo, alguien plenamente familiarizado con la cultura egipcia. Además, todas las referencias a la tierra de Canaán halladas en la Torá son congruentes con el relato de alguien ajeno a la región, como fue el caso de Moisés, que había nacido en Egipto. La prueba lingüística a favor de una composición temprana se basa en el uso de ciertos arcaísmos, en particular, el pronombre de tercera persona singular femenino. La unidad textual en la narrativa del Pentateuco pone en evidencia que los cinco primeros libros de la Biblia fueron obra de un único autor.


Los eruditos conservadores, aunque generalmente reconocen a Moisés como el autor de la Torá, han aceptado la intervención de redactores posteriores a este que contribuyeron con la redacción final de los cinco primeros libros de la Biblia. Esto queda en evidencia con el uso de nombres propios de lugares que no existían en tiempos de Moisés (por ej., Dan, ver Gn. 14:14; Dt. 34:1), referencias a la monarquía en Israel (Gn. 36:31), nombres de lugares que fueron actualizados (Gn. 14:2,3,7,8,17; 23:2; 35:6,19,27; 48:7) y el relato de la muerte de Moisés (Dt. 34:1-12). Cabe también la posibilidad de que redactores posteriores hayan incluido y compaginado otros textos narrativos además del pasaje sobre la muerte de Moisés. Admitir que Dios pudo haber recurrido a otros redactores durante el proceso de composición final del libro de Éxodo y del resto de la Torá, en absoluto le resta protagonismo a Moisés en la producción de estos libros: él es legítimamente el autor humano, y es correcto referirnos a esta colección como «la ley de Moisés».


En un nivel de crítica aún más profundo, los eruditos bíblicos más escépticos sugirieron que no existió una persona real llamada Moisés, que condujo a los israelitas de la esclavitud en Egipto a la libertad. Según estos estudiosos, la historia de Moisés en Éxodo-Deuteronomio es una obra de ficción creada por razones políticas y religiosas, y en su opinión, la ausencia de referencias a Moisés en las crónicas del antiguo Egipto y de otras culturas semíticas contemporáneas, en contraste con las extraordinarias afirmaciones sobre él halladas en la Escritura, son razón suficiente para concluir que Moisés es un personaje creado por un narrador del antiguo Israel.


Ciertamente, la cristiandad no halló impedimento, a través de los siglos, para aceptar a Moisés como una persona de existencia real. Como ocurre con otros muchos temas controvertidos, el primer paso para abordar esta cuestión es considerar el testimonio explícito de la Biblia al respecto. Los textos narrativos en Éxodo–Deuteronomio indiscutiblemente presentan a Moisés como personaje histórico. Numerosos pasajes en el resto del A. T. (por ej.: Jos. 1:1-7; 14:7-11; Jue. 4:11; 1 S. 12:6; 1 R. 8:9; 2 R. 18:4-6; 1 Cr. 6:3; 2 Cr. 5:10; Neh. 1:7-8; Sal. 77:20; 106:23; Is. 63:11-12; Jer. 15:1; Miq. 6:4) y también en el N. T. (Mt. 19:7-8; Mr. 12:26; Lc. 5:14; Jn. 3:14; Hch. 3:22; Ro. 5:14; 1 Co. 10:2; 2 Co. 3:7-15; 2 Ti. 3:8; He. 3:2; 11:23-24) muestran claramente que los autores bíblicos creían en la existencia real de Moisés. También Jesús dio a entender que Moisés fue una persona real (Jn. 5:46-47).

LA PIEDRA ANGULAR

 El libro de Éxodo es, en muchos sentidos, la piedra angular sobre la cual descansa toda la Biblia. Las leyes en el libro trazaron el perfil de la sociedad israelita y proporcionaron el fundamento de las prácticas religiosas que dieron forma a la cultura de Israel durante más de mil años. Los acontecimientos narrados preparan al lector para la conquista y ocupación de la tierra de Canaán por parte de Israel, y las normas relativas al trato justo del prójimo conforman un núcleo en torno al cual se forjaron las enseñanzas de Proverbios, los versos de muchos salmos y el mensaje de los profetas.
Desde la perspectiva del N. T., el libro ofrece un triple aporte. En primer lugar, prefigura la vida y el ministerio de Cristo, particularmente, como cordero sacrificial (He. 9:12; 1 P. 1:19; Ap. 5:8-9). Segundo, brinda ejemplos que ilustran cómo debe ser la vida cristiana. Por último, establece el marco ético y moral que debe guiar a los cristianos en la toma de decisiones.

 

Al considerar la importancia de dicho paralelismo, debemos tener en cuenta las siguientes premisas. En primer lugar, no todo paralelismo tiene igual importancia, puesto que hay paralelismos menores fácilmente atribuibles al tema en común. Segundo, no es posible determinar fehacientemente cuál tradición es deudora de las demás. Lo mejor en este caso es suponer la existencia de una memoria universal como fuente. Tercero, las historias cumplen funciones diferentes. Por ejemplo, el relato babilónico del diluvio incluido en el poema épico de Gilgamesh es accesorio al núcleo principal de la historia, que es la búsqueda de la inmortalidad por parte de Gilgamesh. En la Biblia, en cambio, el diluvio constituye el tema central de la narración.

La teología de las Escrituras se diferencia del politeísmo de la antigüedad, y este hecho por sí mismo permite argumentar en contra de una posible dependencia de la Biblia respecto de fuentes de otras culturas. El autor de Génesis conocía el contexto cultural de otras naciones y con frecuencia creaba sus relatos para refutar la visión predominante. El marco histórico de los capítulos 1–11 (por ej., «estos son los orígenes», 2:4; 5:1) y las genealogías (caps. 4–5; 10–11) son indicadores de que el autor escribió un relato histórico, no un mito literario.