APOCALIPSIS
FECHA DE COMPOSICIÓN
Aunque algunos eruditos proponen una fecha tardía y unos pocos, una fecha más temprana, las dos fechas aceptadas por la mayoría corresponden a mediados de la década del 90 o bien, a fines de la década del 60 d. C. Ambas propuestas tienen adeptos entre los evangélicos, pero quizá la primera —mediados de la década del 90 d. C.— cuente con la argumentación más sólida y con el favor de la mayoría.
El problema principal radica en establecer la fecha de la persecución descrita en las cartas a las iglesias (2:9-10,13) y determinar si la descripción de la bestia en el cap. 13 corresponde a un mito sobre la resurrección del emperador Nerón. Algunos autores opinan que las alusiones a Nerón indican que el texto fue escrito en vida de este. Afirman, además, que la referencia al templo en 11:1-2 sugiere que este aún no había sido destruido. Habida cuenta de que la destrucción del templo se llevó a cabo en el 70 d. C. y que Nerón murió alrededor del 68 d. C., es posible argumentar que el texto se escribió a fines del año 60. Hecha esta salvedad, todos los demás factores, principalmente la tradición según la cual el apóstol Juan estuvo exiliado en Patmos durante el período en que Domiciano intensificó la persecución de los cristianos, apuntan al año 95 d. C. como fecha más probable.
TEMAS PARA CONSIDERAR EN LA INTERPRETACIÓN
Una primera dificultad que plantea la interpretación de Apocalipsis es definir a qué género literario pertenece. A primera vista pareciera tratarse de literatura apocalíptica (visiones extrañas cargadas de simbolismos; ver el término griego apokalypsis en 1:1) o profética (1:3). Sin embargo, las referencias al autor y los destinatarios, la fórmula del saludo al comienzo (1:4) y al final del libro (22:21), y las breves cartas incluidas en los caps. 2 y 3 indican que también debemos considerar el libro como una carta. Aunque parezca que este dato aumenta la confusión, en realidad, simplifica las cosas, porque vemos que Apocalipsis es otro integrante, sin duda el más extenso, de la familia literaria a la que pertenece la carta de Judas, que también contiene abundante material apocalíptico y profético dentro de una estructura epistolar. Así, pues, es posible interpretar Apocalipsis de manera similar a como interpretamos Judas.
Otra cuestión relevante está relacionada con la dificultad de decidir cuál de las claves interpretativas propuestas es la correcta. ¿Diremos que el propósito de Apocalipsis es dar a conocer: (1) la época en que se escribió el libro, es decir, el siglo i d. C. (enfoque pretérito); (2) una visión de la situación histórica de la iglesia (enfoque histórico); (3) un conjunto de concepciones y principios válidos para todas las épocas (enfoque idealista); (4) qué sucederá en el fin de los tiempos (enfoque futurista)? Entre todos estos enfoques, el histórico resultó desacreditado por la diversidad y el alto grado de subjetividad de las interpretaciones de los eruditos que defendieron esta posición. Los otros tres enfoques aportan elementos útiles de un modo u otro, particularmente cuando se los aplica en forma combinada. Creemos que lo más efectivo es interpretar Apocalipsis como profecía apocalíptica referida, fundamentalmente, al fin de los tiempos, y que, si bien fue expresada en el contexto de los problemas y las necesidades de las iglesias del siglo i, contiene principios válidos para todos los creyentes, sea cual fuese la época en que les toque vivir, hasta el fin de las edades.
Un tercer punto que dificulta la interpretación es la abundancia de referencias al A. T. y a otros textos, además del uso de símbolos y números. Pero cuando caemos en la cuenta de que los textos que evocan la Escritura hebrea se refieren al cumplimiento final de las profecías del A. T. o bien indican una clave para interpretar un determinado pasaje en el A. T., gran parte del misterio queda resuelto. Algo similar ocurre con la mayoría de los símbolos y los números, ya que no son de uso exclusivo de Apocalipsis sino de uso corriente en otros textos de la Biblia, y su significado no cambia. Por último, hay imágenes que el mismo libro se encarga de interpretar, por ej., en Ap. 1:20.
El contexto inmediato tanto del autor como de los primeros destinatarios del libro era un grupo de iglesias (1:11; caps. 2–3) que sufrían persecución, si bien no era aún abierta ni masiva (2:9-10,13), y que enfrentaban una serie de dificultades, tanto de orden práctico como doctrinal (2:6,13-15,20-23). Todo esto sucedía en el marco de una guerra espiritual invisible, pero poderosa (2:10; 9:1,11; 12:3-4,9-10; 20:2).
Las enseñanzas centradas en lo que sucederá en el fin de los tiempos (escatología) se presentan lado a lado con opciones concretas (vida cristiana) que los creyentes deberán poner en práctica en los tiempos venideros. Sin duda, los temas de Apocalipsis abarcan la casi totalidad de las ramas de la teología sistemática. Es posible encontrar abundantes elementos sobre cristología, humanidad y pecado, el pueblo de Dios (no solo la iglesia, sino también Israel), los ángeles de Dios, y Satanás y los demonios. También aporta elementos importantes sobre el poder de Dios, diversos aspectos de la obra del Espíritu Santo, la naturaleza de la Escritura y el misterio de la salvación. El libro presenta el evangelio con suma claridad y elocuencia, invitando a los lectores a formar parte de esta historia maravillosa: 14:6-7; 22:14,17.
El creyente puede aprender mucha teología estudiando Apocalipsis. Sin embargo, debemos recordar la advertencia de Juan a la iglesia de Éfeso: comprender, creer e incluso perseverar y defender la pureza doctrinal de la fe no es suficiente (2:2-6). A pesar de las tentaciones y las alternativas que se nos presenten (2:4-6,14-15,20-24), lo fundamental es amar al Señor de todo corazón y asegurarnos de que Él ocupa el lugar más importante en nuestra vida. Sólo así llegaremos a vencer (2:4-5,7).
En lo medular, el libro nos confronta con la decisión fundamental desde siempre y por siempre: ¿adoraremos a la bestia (el anticristo cuya fuerza viene de Satanás; ver cap. 13) o a Cristo, el Cordero (cap. 14)? Resulta impactante el mandamiento dado al pueblo de Dios en 18:4, que ordena «salir» de Babilonia, lo cual implica que tanto los no creyentes como los cristianos nominales y complacientes hacen alianza, aun sin ser conscientes de ello, con las fuerzas del mal que han llevado al martirio a muchos santos de Dios a través de los siglos (17:6; 18:20,24). Para uno y otro grupo —los no creyentes y los miembros de la iglesia caídos en pecado—, la respuesta es arrepentirse para poder alcanzar la victoria (2:5,7; 9:20-21). La advertencia de Apocalipsis es clara: quienes rechacen la salvación ofrecida por Dios enfrentarán el juicio final y las consecuencias de su decisión por toda la eternidad (20:11-15; 21:7-8).