1 SAMUEL
UN PERÍODO CRUCIAL EN LA HISTORIA DE ISRAEL
Los libros 1 y 2 Samuel juegan un papel decisivo en la Biblia, tanto por razones históricas como teológicas. Históricamente, los libros registran los grandes cambios que experimentó el antiguo Israel en su transición desde una confederación de doce tribus, sin gobierno central, hasta conformar una nación unida bajo un gobierno centralizado, al mando de un rey. Además, ambos libros proporcionan descripciones detalladas de los últimos líderes del período de los jueces, de la carrera política del primer rey de Israel, y de los logros y las hazañas del rey David, sin duda, el más famoso de todos los reyes de Israel.
Asimismo, los libros de Samuel dan testimonio de cómo se cumplieron en la historia las promesas hechas por Dios en la Torá. La ley de Moisés había anticipado el surgimiento de la monarquía como institución en Israel (Gn. 17:16; 35:11; 36:31; Dt. 17:15); las narraciones de Samuel la muestran como realidad histórica. La Torá anticipó que un integrante de la tribu de Judá reinaría sobre Israel (Gn. 49:10), y esto quedó corroborado por los relatos en 1 y 2 Samuel sobre el ascenso al trono de David, perteneciente a la tribu de Judá. Más aún, también quedó demostrado el cumplimiento de la promesa de que Israel vencería a Moab, Edom y los amalecitas (Nm. 24:17-20). Por último, la profecía respecto del «pacto del sacerdocio perpetuo» con la familia del sacerdote Eleazar (Nm. 25:13) también se encaminó hacia su cumplimiento cuando se pronunció el castigo contra la familia de Elí.
Los libros de Samuel también ofrecen ejemplos históricos concretos que confirman las enseñanzas teológicas de la Torá. Uno de sus preceptos fundamentales es que la obediencia a Dios trae aparejada bendición, mientras que la desobediencia produce juicio divino. El contraste entre la vida de Elí y Samuel, y entre Saúl y David sin duda lo confirma. Elí y Saúl cayeron en desgracia a causa de su pecado, mientras que Samuel y David recibieron bendición porque obedecieron al Señor. La vida de David sirve para demostrar aun con mayor énfasis una verdad que debe movernos a la reflexión: Dios juzgará todas las cosas. A través de relatos muy vívidos, los libros describen las consecuencias nefastas de no honrar a los padres (como hizo Absalón con el suyo) o de cometer crímenes, como el asesinato y el adulterio (como hizo David con Urías y Betsabé).
LA CREDIBILIDAD DE LOS LIBROS 1 Y 2 SAMUEL
La duda sobre la veracidad histórica de los relatos es quizá el cuestionamiento reciente más serio de los estudiosos escépticos con relación a 1 y 2 Samuel. Algunos eruditos bíblicos desechan los relatos calificándolos de historias fantasiosas sin más valor histórico que la leyenda del rey Arturo. Sin embargo, esta visión extremadamente negativa de la credibilidad histórica de los libros carece de justificativo.
Aunque es imposible «probar» numerosos datos registrados en 1 y 2 Samuel (por ej., la transcripción exacta de las conversaciones, el paradero y las actividades cotidianas de cada uno de los personajes, o el resultado de una escaramuza militar de menor importancia), sí es posible recurrir a la ciencia para comprobar afirmaciones de carácter general que hace el texto bíblico. Las excavaciones arqueológicas permitieron confirmar, por ejemplo, que los filisteos efectivamente vivieron en la región y en la época que se les asigna en los libros de Samuel. También se pudo establecer que el linaje de David (literalmente, la «casa de David») ocupó el trono de Israel; esto se comprobó a partir del hallazgo de dos inscripciones correspondientes al siglo ix a. C.: la inscripción de Tell Dan y la Estela de Mesa. En las ciudades de Hazor, Meguido y Gezer se pudo comprobar la existencia de un gobierno central, fuerte, surgido después de un período de destrucción; esta información concuerda con lo que dice la Biblia sobre la conquista de Canaán por los israelitas y la creación de un gobierno nacional durante la época de la monarquía.
Los cristianos atribuyen un valor muy especial a los dos libros de Samuel porque allí se sientan las bases de una doctrina fundamental: la doctrina del Mesías, el supremo descendiente de David que se sentaría en el trono eterno para reinar sobre el pueblo de Dios, y asegurarle libertad y justicia. Las promesas del Señor a David en 2 S. 7 generaron esperanzas y expectativas que, más adelante, los autores del N. T. entendieron que se habían cumplido en Jesús. Dios le prometió a David que afirmaría el reino de uno de sus descendientes (2 S. 7:12); en el N. T., Jesús fue identificado como dicho descendiente davídico (Mt. 1:20; 21:9) que vino a ofrecer el reino de Dios a los hombres (Mt. 12:28; Lc. 11:20). Dios dijo que el descendiente de David edificaría una casa para Su nombre (2 S. 7:13); los autores del N. T. describieron a Jesús como aquel que habría de levantar el templo definitivo de Dios en tres días (Mt. 26:61; Jn. 2:19). Dios le había prometido a David que uno de sus descendientes tendría un trono «para siempre» (2 S. 7:13); y el N. T. afirma que eso fue precisamente lo que le correspondió a Jesús (He. 1:8). Dios había dicho que uno de los descendientes de David sería un hijo para Él (2 S. 7:14), y Jesús vino como el supremo Hijo de Dios (Mt. 16:16; Mr. 1:1; Lc. 1:35).
